A veces la vida nos pone a prueba, nos plantea situaciones que superan nuestras capacidades: la muerte de un ser querido, los problemas familiares, la salud, las dificultades en la empresa o con lo socios, dificultades financieras, la ruptura en el matrimonio, todas estas dificultades ponen en evidencia nuestra capacidad de resilencia.
Existen diferentes circunstancias que nos hacen que nos cuestionemos a nosotros mismos, y que ponen sobre la mesa nuestra propia fuerza de voluntad para poder seguir adelante, ante estas situaciones solo hay dos alternativas: nos sobreponernos, o nos dejamos ganar la partida por el miedo o la responsabilidad, y abandonamos el proyecto y asumimos sus consecuencias.
Resilencia según la Real Academia Española de la Lengua, es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones limite y sobreponerse a ellas, por tanto la resiliencia conlleva reafirmar nuestra fortaleza ante los problemas para buscar y encontrar las respuestas y las soluciones.
Las personas resilientes no solo son capaces de sobreponerse a las adversidades que les ha tocado vivir, sino que van un paso más allá y utilizan esas situaciones para crecer y desarrollar su capacidad personal para hacer frente a los problemas que se plantean, esto es lo que define a las personas resilientes que se plantean las situaciones de manera positiva, siendo conscientes de una realidad: que después de la tormenta llega la calma.
El origen del concepto de resiliencia en psicología, el primer autor que empleó este término fue John Bowlby, el creador de la teoría del apego, pero fue Boris Cyrulnik, psiquiatra, neurólogo, psicoanalista y etólogo, el que dio a conocer el concepto de resiliencia en el campo de la psicología en su bestseller “Los patitos feos”.
La resiliencia no es una cualidad innata de la persona, es evidente que existen personas con una tendencia, con una predisposición genética ante los problemas por su buen carácter o por que, como hemos dicho, se han caracterizado en su vida por el compromiso permanente de luchar y no dejarse llevar por ante los problemas.
Hay personas que son resilientes, porque han tenido en sus padres o en alguien cercano un modelo de resiliencia a seguir, mientras que otras han encontrado el camino por sí solas en su vivir cotidiano a lo largo de su vida, confirmando que todos podemos ser resilientes, siempre y cuando nos lo propongamos.
De hecho, las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas. Al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentarse a los diferentes retos de la vida.
Las personas resilentes son conscientes de ello y por tanto de su capacidad y limitaciones, lo que les permite enfrentar los retos a los problemas convencidos de que sumando se puede hacer realidad cualquier proyecto y cambiar cualquier situación.
Las personas resilentes son también creativas y confían en sus capacidades y en la colaboración y el apoyo de las demás personas ante los problemas, no se sienten solos y son capaces de sumar en cualquier situación y adversidad.
Las personas resilentes, confían en su propia fortaleza, a la vez que son conscientes de sus debilidades y limitaciones, si algo las caracteriza es que no pierden de vista sus objetivos y confían en alcanzarlos, a la vez que reconocen que solos es mucho mas difícil que acompañados para hacerlo realidad, a la vez que todo el caminar se conforma como una oportunidad constante de aprender.
A lo largo de la vida nos enfrentamos a muchas situaciones, mejores y peores, situaciones que ayudan y situaciones que ahondan en las dificultades para hacer realidad el compromiso, el proyecto que nos hemos planteado, pero las personas resilentes jamás abandonan y buscan lo positivo de cada acción hasta alcanzar los objetivos propuestos.
Por ello ante las crisis de todo tipo, las personas resilentes las ven y viven como una oportunidad para generar un cambio, para aprender y crecer. Saben que esos momentos no serán eternos y que su futuro dependerá de la manera en que reaccionen. Cuando se enfrentan a una adversidad se preguntan: ¿qué puedo aprender yo de esto, así que viven la realidad cotidiana de des desde un prima optimista.
Las personas resilientes tienen el hábito de estar plenamente presentes, de vivir en el aquí y ahora y de tienen una gran capacidad de aceptación. Para estas personas el pasado forma parte del ayer y no es una fuente de culpabilidad y zozobra mientras que el futuro no les aturde con su cuota de incertidumbre y preocupaciones. Son capaces de aceptar las experiencias tal y como se presentan e intentan sacarles el mayor provecho. Disfrutan de los pequeños detalles y no han perdido su capacidad para asombrarse ante la vida.
Las personas resilientes son muy objetivas, saben cuáles son sus potencialidades, los recursos que tienen a su alcance y sus metas, pero eso no implica que no sean optimistas. Al ser conscientes de que nada es completamente positivo ni negativo, se esfuerzan por centrarse en los aspectos positivos y disfrutan de los retos. Estas personas desarrollan un optimismo realista, también llamado optimalismo, y están convencidas de que por muy oscura que se presente su jornada, el día siguiente puede ser mejor.
Se rodean de personas que tienen una actitud positiva. Las personas que practican la resiliencia saben cultivar sus amistades, por lo que generalmente se rodean de personas que mantienen una actitud positiva ante la vida y evitan a aquellos que se comportan como vampiros emocionales. De esta forma, logran crear una sólida red de apoyo que les puede sostener en los momentos más difíciles.
No intentan controlar las situaciones, sino sus emociones. Una de las principales fuentes de tensiones y estrés es el deseo de querer controlar todos los aspectos de nuestra vida. Por eso, cuando algo se nos escapa de entre las manos, nos sentimos culpables e inseguros. Sin embargo, las personas con capacidad de resiliencia saben que es imposible controlar todas las situaciones, han aprendido a lidiar con la incertidumbre y se sienten cómodos aunque no tengan el control. Se centran en cambiar sus emociones, cuando no pueden cambiar la realidad.
A pesar de que las personas resilientes tienen una autoimagen muy clara y saben perfectamente qué quieren lograr, también tienen la suficiente flexibilidad como para adaptar sus planes y cambiar sus metas cuando es necesario. Estas personas no se cierran al cambio y siempre están dispuestas a valorar diferentes alternativas, sin aferrarse obsesivamente a sus planes iniciales o a una única solución.
Son tenaces en sus propósitos. El hecho de que los resilientes sean flexibles no implica que renuncien a sus metas, al contrario, si algo las distingue es su perseverancia y su capacidad de lucha. La diferencia estriba en que no luchan contra molinos de viento, sino que aprovechan el sentido de la corriente y fluyen con ella. Estas personas tienen una motivación intrínseca que les ayuda a mantenerse firmes y luchar por lo que se proponen.
Una de las características esenciales de las personas resilientes es su sentido del humor, son capaces de reírse de la adversidad y sacar una broma de sus desdichas. La risa es su mejor aliada porque les ayuda a mantenerse optimistas y, sobre todo, les permite enfocarse en los aspectos positivos de las situaciones. Afrontan cualquier suceso traumático desde el compromiso de su superación, y no dudan en buscar el apoyo de las personas de su entorno o donde consideren que pueden ayudarle a superarlo.
Si queremos que nuestros hijos afronten las dificultades de la vida con fortaleza es importante construir un apego seguro y educarles en la capacidad de ser resilientes, para ello es fundamental nuestro ejemplo, no sobreprotegerles y sobre todo creer en ellos. No se trata de evitar que se caigan, sino de enseñarles a levantarse, y para ello tenemos que confiar en que ellos pueden, y que sepan que estamos a su lado para lo que precisen.